19.2.05

Madre con discapacidad visual triunfa junto con su hijo autista

Mari Iizuka, ama de casa
Ciudad de Imaichi, prefectura de Tochigi, Japón
Traducido y adaptado de un artículo aparecido en la edición del 3 de marzo de 2002, en el Seikyo Shimbun.
Enviado a la lista GenteSoka por: Sergio Miyagusuku. 18 Feb 2005
Prólogo
El 14 de febrero de 2002, un pequeño pero estimulante concierto voluntario para personas discapacitadas y sus familiares se realizó en la ciudad de Imaichi, prefectura de Tochigi. Fue el tercer concierto auspiciado por Mari Iizuka (
40), una ama de casa y vicelíder de distrito de la División de Damas de la Soka Gakkai –quien participó como maestra de ceremonias y pianista.
Mari es una brillante oradora, con una potente voz, y toca el piano con una delicadeza que penetra el corazón de las personas. Muchos asisten a sus conciertos con el deseo de recibir inspiración de su espíritu entusiasta.
Así es como Mari alienta a los discapacitados que asisten a sus conciertos. También es una discapacitada porque legalmente es considerada ciega, aunque puede vislumbrar algo de luz. Su hijo mayor, Takeshi (14), ha sufrido de autismo desde su nacimiento.
En el escenario, Mari no muestra señales de autocompasión o pesimismo. ¿Qué es lo que la trasformó de alguien que alguna vez requirió de aliento en alguien que ahora alienta a los demás?

Prolongada ansiedad
En el otoño de 1973, Mari tenía 12 años de edad y vivía en Asakusa, Tokio. “¿Qué es eso?”, preguntó al ver flotando un objeto en su campo visual. Su visión había sido de 20/20. Fue a ver a un optometrista de su vecindad; una semana después ella estaba ciega. Las retinas de sus ojos se habían deteriorado y, súbitamente, se desprendieron debido a causas desconocidas. Mari fue derivada a un hospital universitario, donde recibió cuidados intensivos por tres meses. El tratamiento fue efectivo, y recuperó su visión a alrededor de 20/29 sin ayuda visual. Eso fue considerado como lo mejor que se podía hacer y los doctores no podían garantizar que su visión no empeoraría.

Temerosa de que pudiera perder la vista nuevamente, Mari renunció a todo: dejó de tocar el piano y la música de Beethoven que amaba; los encuentros de natación; y de asistir a una exclusiva escuela privada de segunda enseñanza básica. Su ansiedad crecía ininterrumpidamente, y se prolongó. Parecía como si algún demonio de la enfermedad se hubiese apoderado de Mari, buscando atemorizarla y quitarle los sueños a una niña de 12 años de edad.

Pero ella no se acobardaba fácilmente. Mari abandonó la escuela de segunda enseñanza para desafiarse en una nueva profesión. Demostrando su fuerza interior, ella obtuvo una licencia como maquilladora y obtuvo un empleo. La cantidad de clientes que requerían de sus servicios se incrementó gradualmente. Al mismo tiempo, la tensión en sus ojos debido al trabajo estaba causando estragos, y ella temió por su vista. Preocupada, ella se miraba en el espejo con su nebulosa visión, pensando, “¿Esto es todo? ¿Voy a perder mi vista de esta manera?”

En 1982, ella fue invitada a una reunión de diálogo de la Soka Gakkai, donde ocurrió que pudo ver al presidente de la Soka Gakkai Internacional, Daisaku Ikeda, en una película. Quedó conmovida por la calidez y misericordia que vio en sus acciones, así como por las experiencias que escuchó en la reunión, y decidió convertirse en miembro, a pesar de la oposición de sus padres. Ella introdujo a muchos amigos al Budismo y a la Soka Gakkai, incluyendo a Nobuo Iizuka, con quien eventualmente se casaría y con quien se trasladaría a la prefectura de Tochigi cuando tenía 24 años. El señor Iizuka, 43, es actualmente el fundador y presidente de una compañía manufacturera y líder de distrito en la Soka Gakkai.
Conforme fue desarrollando su práctica budista, Mari creció en convicción, a pesar de que su visión se debilitaba día a día. Sin embargo, ya no sufría como antes por los ataques de ansiedad.
“¡Estoy bien. Puedo hacerlo!” –se decía a sí misma.
Mari aprendió a encontrar cosas en su casa memorizando su ubicación con el tacto. No se sentía incómoda en sus actividades diarias. Aprendió a cocinar y a lavar sin ayuda.
No obstante, había una cosa que le preocupaba. Su hijo, Takeshi, no parecía estar bien. Sus expresiones sonaban vacilantes y monótonas para un niño de su edad.
Mari continuó enfocando su práctica budista para superar sus preocupaciones y la ansiedad de perder la visión. En el ínterin, Mari dio a luz a Rei, la hermanita menor de Takeshi. Mari esperaba que su hijo mejoraría una vez que comprendiera que era el hermano mayor. Su leve esperanza quedó destrozada justo antes del cuarto
cumpleaños de Takeshi.
Cuando Mari llevó a Takeshi a un centro de salud pública para una revisión médica, un doctor le dijo, “Su hijo es autista”.

Sandía de invierno
En muchos casos, los pacientes autistas con daño en la capacidad de procesamiento de información en el cerebro, como Takeshi, encuentran difícil entender exactamente el lenguaje y establecer una relación con los demás. También son hiperkinéticos e inquietos y, a menudo, gritan y actúan violentamente.
Cada día, Mari no podía decir adónde iría Takeshi y qué haría. Siempre que notaba alguna señal de su hiperkinesia, lo tomaba en sus brazos para controlarlo. Era la única manera en que podía proteger a su hijo de daños. Tanto Mari como Takeshi siempre tenían cortes y magulladuras sin curar.
A los demás, les parecía que ella abusaba de su hijo. Ella parecía ser una madre que no podía disciplinar a su hijo. Incluso llegó a oír por casualidad que la gente hablaba mal de ellos. “(El niño es así) porque su madre es ciega”.

Ella se sentía desalentada por la falta de comprensión de las personas que la rodeaban. Mientras más sufría, más invocaba “Nam-myoho-renge-kyo”, la práctica básica del Budismo de Nichiren. Al comienzo, durante sus oraciones todo lo que podía hacer era desahogar sus sufrimientos. Conforme continuó invocando y orando por respuestas, desde las profundidades de su vida comenzó a surgir un sentimiento de orgullo por su hijo, Takeshi, y de alegría por su maternidad. Mari obtuvo una verdadera esperanza, coraje y convicción y estaba sorprendida por ello. Con su práctica, Mari pudo manifestar su yo más fuerte y verdadero, imbuido de una ilimitada sabiduría y misericordia.

Debido a que sus esfuerzos dieron resultados, Mari continuó orando (invocando daimoku) por la felicidad de su familia, hasta tal punto que la estera del tatami que estaba frente a su altar, donde ella se sentaba todos los días, lentamente comenzó a desgastarse y hundirse.
Su esposo, Nobuo, trabajaba arduamente en su negocio, y también se esforzaba en sus responsabilidades como líder de cabildo de la División Juvenil Masculina de la Soka Gakkai. Sintiéndose extrañamente animado por la mancha desgastada sobre el tatami, él pensó, “Bueno, supongo que yo también tendré que esforzarme al máximo”.

Nobuo y Mari Iizuka unieron sus esfuerzos para criar a Takeshi y hacer que evolucionara en la línea de la sociedad. Ellos lo llevaban a todas partes, aun cuando él protestara e hiciera que los demás los vieran con frialdad.
Poco después, Takeshi ingresó a una escuela elemental para niños discapacitados. Un día de invierno, Takeshi trató de convencer a sus padres para que le compraran una sandía, haciendo un berrinche en el supermercado. Nobuo trató de razonar con él, pero Takeshi no escuchaba y se comportaba violentamente.
“Bien, me rindo. Te lo compraré”, dijo Nobuo, y compró la sandía para Takeshi. Takeshi parecía muy contento. Apretó fuertemente entre sus brazos la sandía, llevándolo cuidadosamente a casa.
Una vez que Takeshi entró en la casa, fue directamente al altar familiar y comenzó a pronunciar algunos sonidos. “Ah, ah, ah...”.

Sosteniendo la sandía, Takeshi continuó mirando intensamente el Gohonzon, el objeto de respeto fundamental del Budismo de Nichiren, consagrado en el altar. Nobuo estaba sorprendido, pero inmediatamente comprendió que Takeshi quería poner la sandía en el altar. “Muy bien, Takeshi”, dijo él, ofreciendo la sandía al Gohonzon. Entonces, Takeshi unió sus manos y pronunció serenamente las palabras, “Nam-myoho-renge-kyo...”.
Desde ese momento, el autismo de Takeshi gradualmente se fue haciendo menos pronunciado.

El encuentro de Takeshi con la música
Takeshi amaba la música. Él había mostrado interés en la música clásica y en la música folclórica sudamericana, desde la escuela de párvulos. Después de que su hermana, Rei, comenzara a recibir lecciones de piano, Takeshi insistió en que él, también, tomaría el piano.
“Si Takeshi va a tomar lecciones de piano, ¡yo también quisiera intentarlo!”, pensó Mari. Ella decidió retomar lo que había abandonado en su juventud. Sin embargo, no había tocado el piano por más de 20 años. Se preguntaba si realmente podría tocar el piano, cuando ni siquiera podía leer la música debido a su débil visión.

Mari puso de lado su ansiedad invocando daimoku y comenzó a tocar el piano nuevamente. Sus amigos se sentían alentados por su fresca actitud hacia la vida y uno tras otro, comenzaron a practicar el Budismo de Nichiren, por sí mismos.
Con los dos tocando el piano, las conversaciones –tanto musicales como verbales– entre madre e hijo se hicieron más vívidas. La hiperkinesis de Takeshi menguó.
Un sueño comenzó a tomar forma en la mente de Mari. “Tal vez podría utilizar mi capacidad con el piano para alentar a quienes sufren de discapacidades y a sus familiares.
Su imaginación se llenó con toda suerte de posibilidades.

Ella decidió atacar su pieza favorita de Beethoven, y pasó dos años memorizando la sonata para piano “Tempestad”, que Beethoven compusiera poco después de perder el oído.
Mari reclutó la ayuda de sus amigos y de su instructor de piano para realizar su sueño. Ella auspició un concierto libre donde tocaría “Tempestad” para una sala llena de personas. Esto fue hace tres años, cuando Takeshi cumplió 12, la edad en que Mari había perdido por primera vez la vista. Y aquí estaba ella tocando el piano que había abandonado, para alentar a otros. Mari brillaba de felicidad y orgullo.

Durante el segundo concierto, Takeshi tocó “El cóndor pasa”. Al momento de escribir este artículo, él está en el octavo grado de la escuela media. Él camina tres kilómetros hasta su casa desde el paradero donde lo deja el autobús. Su hiperkinesia ha desaparecido.

Y eso no es todo. Takeshi ha desarrollado unos conocimientos tan vastos respecto a los géneros relacionados con la música, incluyendo el uso de equipos de audio, que la mayoría de adultos no puede comparársele.
A pesar de la recesión, el negocio de su padre, Nobuo, ha crecido.
El piano que Mari había abandonado cuando niña debido a su discapacidad visual se ha convertido en un instrumento de esperanza y coraje para ella y para su hijo autista, en su lucha conjunta por dominarlo. Y a través de su odisea, tanto Mari como Takeshi han acumulado abundantes “tesoros del corazón”.