19.3.05

Experiencia de Angie Ng Foong Chan - Kuala Lumpur

Tomado de “Cosmic”, Enero 2002
Traducido amablemente por Elizabeth Ryske

En mis 30 años de práctica del Budismo de Nichiren Daishonin, luché con muchas dificultades pero mi experiencia durante 1996- 1997 fue el desafío más inesperado que enfrenté.

“Cuando uno está limpiando el propio karma, experimenta grandes dificultades”, así me dijo un antecesor, un pionero, cuando yo era miembro de la División Juvenil Femenina hace muchos años, antes de mudarme a Hong Kong en 1986. Mi experiencia en combatir el karma de enfermedad cuando estuve en Hong Kong me recordó justamente qué difícil puede ser limpiar un pesado karma. Me ayudó a comprender que es fácil hablar de fortaleza y coraje hasta que uno tiene que vivir una situación así.

La primera valla

Los primeros síntomas de mi enfermedad aparecieron a fines de 1995. Para entonces, sufría de un bloqueo nasal que me deparaba muchas noches de insomnio. Finalmente, en abril de 1996 los doctores encontraron un tumor justo detrás de mis cejas. Su crecimiento bloqueaba el pasaje de aire, y desafortunadamente, era maligno, o sea que lo que yo tenía era un carcinoma naso-faríngeo.

Fue una “sentencia de muerte” para mí. Las noticias eran shockeantes , increíbles y amedrentadoras.
Inmediatamente me sentí indefensa, y me la pasaba preguntando cómo podía sucederme algo así.

El tratamiento de radiación comenzó poco después. Las primeras dos semanas fueron indoloras. A la tercera comencé a sentir un intenso dolor en la garganta. Comencé una dieta líquida e inmediatamente empecé a perder mucho peso. No podía dormir por las noches y me la pasaba tragando saliva para atenuar el intenso dolor. Con el apoyo de los miembros logré completar las 6 semanas de radiación. El tratamiento prometía una chance de recuperación del 90%. Pensé que lo peor ya había pasado, e incluso planifiqué una fiesta para Acción de Gracias, para lo que no faltaba mucho.

El segundo golpe

Subsecuentes exámenes en la octava semana confirmaron que el tumor estaba aún allí y que era necesaria más radiación. Me sentí devastada y llena de temor. Comencé a hacer 6 horas diarias de daimoku e insistí para que mi esposo invocara también por mí. Tenazmente invocaba para manifestar mi Budeidad y poder así sobreponerme al temor que me tenía atrapada.

Al sexto día de mi régimen de 6 horas de daimoku, entré al estudio y tomé un libro de Richard Causton: “A Buddha in daily life” (“Un Buda en la vida diaria”). Al ver la palabra “Buda” inmediatamente comprendí que yo era un Buda, y recordé que siendo un Buda está en mí el coraje inherente para afrontarlo todo. Pronto se desvanecieron los temores y nuevamente me sentí llena de valor y alegría..Esto me ayudó a enfrentar la segunda etapa de radiación.

Ocho semanas después, el siguiente examen mostró que el tumor aún estaba presente, y que si no era erradicado en 4 semanas, sería necesaria una operación. Pasaron las 4 semanas y el tumor no se había ido. La operación era inevitable y fue programada para finales de enero de 1997.

Un estudio pre-quirúrgico también reveló que mi riñón estaba perdiendo valiosas proteínas. Mi sistema inmunológico estaba muy débil y la circulación de líquidos estaba siendo bloqueada, lo cual produjo hinchazón en los tejidos. A pesar del estado de mi riñón, la operación debía llevarse a cabo. Así que antes de poder tratar de lleno mi cáncer, otra enfermedad había aparecido.

Una terrible recuperación

La operación salió bien y el tumor fue extirpado exitosamente. Como siempre, yo no estaba preparada para el tratamiento pos-operatorio.

Tenía vías de suero en ambos brazos y respiraba a través de tubos insertados dentro de los pulmones. Al mismo tiempo, empeoró el estado de mi riñón, me empecé a hinchar y a retener orina. Los doctores me administraron diuréticos (drogas para tratar la retención de líquido), para ayudarme a eliminar los fluidos de mi cuerpo. Siendo una persona muy activa antes de esto, me sentí indefensa, miserable e incapaz de mover algo tal como lo hacía antes. Entendí que mientras uno puede huir de un jefe difícil, un trabajo, una pareja, familiares e incluso los propios padres, uno no puede escapar del propio entorno: el cuerpo.

Debido a mi reciente operación, los doctores decidieron que no era indicado administrarme esteroides para tratar el riñón. Luego de pasar 6 semanas en el hospital, me permitieron regresar a casa, pero llevando a cabo una dieta alta en proteínas y limitando la ingestión de líquidos a un litro por día.

Cuando estuve en casa, me sentí deprimida y casi suicida. No podía aceptar la nueva dieta y la limitación de líquido. El futuro se mostraba sombrío. Afortunadamente, mi esposo me recordó lo fuerte que yo solía ser e insistió en que superase mi depresión. Me di cuenta de que estaba siendo influenciada por la función demoníaca de la enfermedad y resolví no permitir que este demonio me sobrepasara.

Mi sistema inmunológico estaba muy débil y me volví susceptible a las infecciones, en los siguientes ocho meses fui admitida en el hospital mensualmente. Mi estado de vida subía y bajaba.

También sufría de severos dolores en el pecho, lo cual derivó en dolorosos métodos para chequear la posibilidad de tuberculosis o un cáncer de pulmón, y necesité la administración de antibióticos debido a unas líneas de fiebre. Recuerdo haberle dicho a mi esposo que si el cáncer se expandía a los pulmones, me rehusaría a cualquier otro tratamiento y dejaría que la naturaleza siguiera su curso. En los momentos de depresión, preguntaba al Gohonzon cuánto sufrimiento debería experimentar aún para limpiar mi karma.

Pero no todo durante este período fue doloroso. Cada estadía en el hospital fue diferente, según mi estado. En una ocasión, ingresé con hipertermia (temperatura corporal muy inferior a la normal) y severas dificultades respiratorias, y tuve la buena fortuna de entrar a través de la guardia para emergencias, lo cual permitió a los doctores administrarme oxígeno de manera inmediata y hacer una urgente revisión de mis pulmones que mostró una significativa coagulación como consecuencia de los diuréticos. Un retraso sería mortal para mí.

Durante esta etapa en particular, las cosas salieron muy bien. Tuve maravillosos médicos y enfermeras, e incluso hice shakubuku a un paciente que había intentado matarse. Por primera vez en tantos años de práctica estaba tan llena de compasión y podía hablar con un extraño del Budismo del Daishonin.

Para entonces los doctores decidieron que ya era tiempo de tratar mi riñón con esteroides. Me preocupaba el efecto colateral de los mismos pero sabía que era el último recurso. Me sentí con un gran stress y sentí que no podía darme tregua.

Un tiempo deprimente

Antes había tenido una crisis nerviosa y fui hospitalizada por 23 días. Durante esta horrible fase pensé en suicidarme y de hecho intenté matarme tomando el detergente del baño. Ignoré la recomendación del médico en cuanto a una dieta baja en sal. Hubo momentos en los que me negué a comer, o a hablar con las visitas. Miraba a los compañeros que intentaban hacer que me alimente y ejercite como a demonios enviados por el Gohonzon para castigarme por mis malas causas. Incluso le dije al psicólogo que todo lo que deseaba era comer una enorme cantidad de cosas saladas y morir en los brazos de mi esposo.

Las cosas fueron mucho peor cuando mi esposo trajo a mis dos adorables hijas para recordarme lo mucho que ellas me necesitaban. Los análisis mostraron que el nivel de proteínas había mejorado desde el inicio del tratamiento con esteroides, pero en mi estado de depresión sólo pude ver que aún estaba lejos del valor considerado como normal. Mi esposo también se contactó con altos responsables de la SGI-Hong Kong para que me alentaran. Permanecí inmóvil y les dije que sólo deseaba morir porque ya había estado enferma demasiado tiempo. Estaba cansada, débil, y ya no sabía cómo seguir luchando.

Finalmente, un día, al ver la cuenta del hospital, me impactó descubrir que había permanecido allí por 16 días. Había perdido la noción del tiempo. Pregunté si podía ir a casa, y pocos días después, me enviaron a mi hogar con 19 clases de medicamentos.

Llegué en estado de shock acompañado de una crisis nerviosa. La primera semana me sentí como en un mal sueño del cual no podía despertar. Invocaba daimoku en silencio frente al Gohonzon sin sentimientos ni convicción y no tenía ningún deseo de leer las orientaciones del Presidente Ikeda.
Sentí que estaba perdiendo el control de mi vida. Físicamente estaba muy débil por el largo tiempo que pasé en la cama y no tenía ganas de hacer ejercicio o dejar esa inercia.

Me decía a mí misma que no podría abandonar después de todos esos años de práctica. Creía que debía hacer algo para hacerme responsable de mi propio karma.

El punto de inflexión

Este punto llegó cuando la Sra. Yanagiya, titular de la SGI Hong Kong, vino a visitarme. Fue estricta al recordarme qué afortunada era por tener 26 años de práctica detrás de esta situación, por los numerosos miembros que me alentaban y cantaban daimoku para mí, por ser visitada por tantos miembros y amigos, por tener un esposo que me apoyó siempre y dos hermosas hijas, tres mucamas y un excelente y amplio departamento en el cual vivir. No pasaba tampoco penurias económicas.

“Basta de auto conmiseración”, dijo la Sra. Yanagiya. “Cante daimoku en la mañana para el valor, la sabiduría y la fuerza vital para enfrentar cada día. Y agradezca en el gongyo vespertino al Gohonzon por haber vencido en ese día”.

Abracé esta orientación y decidí que remontaría nuevamente en mi fe y mi práctica. Comencé a disfrutar de mis alimentos, me ejercité, invocando todo lo que podía pero sin hacer nada que pudiese agotarme de modo innecesario. Miré hacia atrás la totalidad de la experiencia y hondamente comprendí qué profundo era mi karma y cómo tenía que hacerme responsable por transformarlo y más aún: sentir gratitud por haber tenido esta enfermedad.

La experiencia me enseñó que no importa cuán sombrío y desesperanzado pueda parecer el “invierno”, el Gohonzon estuvo protegiéndome todo el tiempo. La enfermedad llegó en el momento “correcto”, cuando estaba en el lugar adecuado como si hubiera sido planeado de antemano.

Ante todo, no tenía preocupaciones financieras y siendo residente permanente de Hong Kong pude acceder a los mejores y más costosos tratamientos efectuando pagos mínimos. Además, había logrado vender una propiedad en Malasia y transferir el dinero a Hong Kong apenas unos días antes de que la crisis de Asia golpeara a Malasia. Al mismo tiempo mi esposo había logrado vender sus empresas a muy buen precio y en ambas instancias el dinero llegó en el momento justo en el que tuve que pagar caros medicamentos y consultas referentes al tratamiento del riñón.

Fui también afortunada porque el Hospital “Queen Mary” tenía los mayores adelantos para el tratamiento del carcinoma naso-faríngeo. El cirujano que llevó a cabo la operación era uno de las más importantes del mundo para tales intervenciones. No dejó orificio en mi paladar, de hecho, nadie puede decir que que he pasado por una operación tan complicada y peligrosa. Mi enfermedad llegó en una época en que estas intervenciones recién se comenzaban a realizar, fui la 36ª paciente que operó este cirujano. Si este cáncer hubiese ocurrido antes, los médicos me hubieran enviado a casa para prepararme para mi funeral.

Perseverar hasta la Victoria

Desde esta experiencia, insto a los miembros a permanecer con la organización no importa lo que suceda, porque solamente los miembros tienen la sinceridad y la perseverancia de mantenerse alentándonos hasta que uno finalmente vence.

Nunca tome su fe como algo otorgado. La fe no depende de cuánto sepa de Budismo o de la cantidad de años que tenga de práctica o la posición que ocupe dentro de la organización. No espere a tener un problema para comenzar a cantar daimoku, porque cuando el problema lo golpee quizás usted no sea capaz de invocar.

Por último, como dice el Gosho “Sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar. Considere ambos, sufrimiento y alegría, como hechos de la vida, y continúe invocando Nam-Myoho-Renge-Kyo pase lo que pase” (WND, pág. 681 / MW-I-161)

Estar vivos es en sí misma una causa de felicidad.