20.8.05

HE SORPRENDIDO HASTA LOS MEDICOS

Experiencia de Giulio Poggiolini Tredozio
Publicada en El Nuovo Rinascimento de Diciembre de 1985
Traducida por: Alessandro Cattani. SGIV

Vivo en un pequeño pueblo de Emilia Romagna, Italia, que cuenta con 1200 habitantes, donde soy el único a practicar, junto con mis dos niños.
Hasta dos años atrás conducía una vida normal y tranquila como tanta gente. De repente, pero, mi esposa empezó a sufrir dolores fortísimos a la cabeza. Los médicos no lograban entender de que se tratara y ella, no obstante el dolor, continuaba a trabajar y hacer las sólitas cosas. Muy pronto murió de una hemorragia cerebral. De aquel entonces, además del gran dolor por su fallecimiento, empecé yo también a sufrir unos violentos dolores de cabeza, mientras mi vista disminuía con una rapidez impresionante. Preocupado, aunque según los médicos no tenía nada, dejé de trabajar y de manejar. Luego me fui en Siena para someterme a unos exámenes: los resultados revelaron que era afectado por una inexplicable disgregación de los nervios ópticos que me habría llevado muy pronto a la ceguera.
Empecé así, era el mes de Octubre de 1983, un largo período de curas hospitalarias que, excepto muy breves interrupciones, se habría prolongado hasta julio de 1984. Fui internado antes en Roma, en donde me hicieron inclusive una operación sin ningún efecto, y luego en Siena. Una vez regresado a casa las cosas no mejoraron. Para parar el inexorable calo de la vista tuve que que someterme a una cura a base de cortisona. Se trataba de inyecciones de 25mg. que después pasaron a 50mg., tanto que había llegado a pesar 110 kilos.
Parecía propio una lenta agonía. Pasaba todo el día en la casa, sobretodo en la cama. No quería ver a nadie y la asistente social que había tomado en encargo de seguir mis hijos empezó a decir que por mi incapacidad en brindarle afecto y una educación adecuada, era necesario empezar las prácticas para su cuidado social. Era como si alrededor de mi se estuviera inexorablemente estrechando un círculo. Después de perder mi esposa y de renunciar al trabajo, estaba perdiendo la vista y lo que tenía más caro: mis niños. Fue así que maduró en mi la idea de suicidarme.
Había programado todo y desde hace muchos meses había guardado 40 píldoras de una poderosa medicina que me habían prescribido los médicos romanos. En aquellas condiciones físicas y mentales, en los comienzos de Abril de este año llamé a Antonella Iemma, una señorita que había conocido el año anterior durante mi estadía en el hospital de Siena y que estaba afectada, también ella, por una grave enfermedad de los ojos. Vine así a conocimiento de su inesperado mejoramiento y pronto le revelé mi desesperación. Ella, que mientras tanto había empezado a practicar, me rogó entonces, sin explicarme nada, que fuera en Florencia para visitarla. Llegado en Florencia, fui llevado a una reunión y conocí el Budismo de Nichiren Daishonin y la razón del mejoramiento de Antonella. Cuando regresé a la casa empecé a practicar solo, aunque en manera no de todo correcta dado que no tuve el tiempo para hacerme explicar bien la practica. Recuerdo que, dado que mi visión estaba gravemente comprometida, empleaba dos horas para leer una vez todo el librito de Gonguio. Uno de mis ojos, pues, estaba ya ciego, mientras la capacidad visiva del otro estaba reducida a la mitad.
Después de solo ocho días la asistente social vino a visitarme. El objetivo de su visita debería ser el de definir el asunto del futuro cuidado de mis hijos. Pero las cosas estaban marchando distintamente. Sus ideas eran completamente cambiadas y me dijo que habría podido tener mis hijos, aunque la situación no hubiera aparentemente mejorado. Esto me fue de gran aliento por seguir practicando, pero esta vez en manera correcta.
A costa de grandes sacrificios, participaba en reuniones semanales, a veces viajando hasta Florencia, otras veces hasta Ravenna. Mi pueblo, en efecto, se encuentra bastante aislado y para llegar a las ciudades en donde se tienen semanalmente las reuniones tenía que parir de mi casa antes del mediodía, para luego regresar la mañana siguiente a las siete, después de viajar toda la noche en el tren, dado que no podía manejar.
En aquellos días, no obstante el cansancio, sentía una gran alegría. Por toda la semana, mientras practicaba sólo, esperaba con impaciencia el jueves. Las reuniones representaban para mi una ocasión para encontrar otras personas, conocer sus experiencias y aprender su espíritu.
Gracias a estos esfuerzos, hoy mi vida se ha mejorado de verdad. No sufro más de dolores de cabeza y, habiendo dejado de tomar el cortisona, he recuperado mi peso forma. Además, he recuperado casi completamente mi vista: en el ojo izquierdo tengo diez décimos, en el derecho tengo ocho. Veinte días atrás he ido al último control junto con Antonella. Cuando el médico, ya sorprendido de los mejoramientos anteriores, constató que ambos yo y ella hemos recuperado completamente la vista, pensó que hubiéramos cambiado de médico y cambiado de cura. Entonces le hemos hablado del Budismo Verdadero y del gran poder del Gojonzon y sea el que una doctora del mismo ambulatorio decidieron intentar practicar.
La noticia de mi inesperada sanación dio la vuelta por todo Tredozio (mi pueblo. N.d.t.), donde un año atrás era considerado un hombre desafortunado y un hombre acabado. Inútil decir que todos me preguntan en que manera he vuelto a recobrar mi salud, y yo le cuento mi experiencia alentandolos a practicar.
Gracias a todo esto he vuelto a encontrar mi equilibrio interior y una gran gana de vivir, pudiendo así volver al trabajo y a manejar el carro. Ahora puedo participar en todas las reuniones que se tienen en Ravenna, acompañado, de hace tres meses, por mi hija menor, de nueve años, que ha empezado a practicar.