21.1.05

LA FUERZA DE UN INSTANTE, PARA SIEMPRE

Tomado de: Il Nuovo Rinascimento, nº 110
Traducción: A.C.Revisión: E.L. / C.P. / B.G.

Experiencia de Elena Silvia Bonini
Roma

Empecé a practicar en 1980 en Roma. Después de quince días de práctica constante tuve el primer gran beneficio: vencer el miedo a la oscuridad que llevaba dentro desde siempre y por primera vez en mi vida, logré dormir sola y tranquila. En ese tiempo vivía una vida llena de confusión. Hacía varias actividades sin una meta precisa: modelo, actriz y hasta fotógrafa para revistas musicales, y de vez en cuando presentaba algunos exámenes en la universidad. Después de algunos meses se abrió lo que sería el camino de mi vida, preciso, seguro, sin duda alguna: terminar los estudios y trabajar después como geólogo.
Mis padres, dadas mis buenas intenciones, me compraron una casa muy cerca de la universidad. Practicaba bien para la salud de mi padre, ex-minero del carbón, gran fumador y poco cuidadoso de su salúd, o bien para superar un exámen dificilísimo en poco tiempo, sin haber asistido al curso específico, empresa prácticamente imposible. Para ello estudié mucho y con mayor organización y, gracias también a algunas coincidencias afortunadas, superé, al primer intento, el exámen escrito y obtuve la nota más alta de todos los candidatos. Empecé a pensar que nunca dejaría de prácticar este Budismo.

Mientras tanto mi padre empezó a cambiar su estilo de vida: era más tranquilo y fumaba menos y, lo más importante, había recuperado la relación con mi madre y yo la mía con ellos: finalmente el gran lazo afectivo había encontrado su justa y armoniosa dimensión. Entonces los objetivos por los cuales había empezado a prácticar se estaban haciendo realidad. El primero de Agosto de 1982 recibí el Gojonzon. La misma noche encontré un anillo que pensaba que me habían robado. Deben saber que en ese entonces yo era muy a menudo robada por personas que frecuentaban mi casa. Con la llegada del Gojonzon esa tendencia poco a poco empezó a cambiar y en poco tiempo se verificó un cambio casi total en relación a las personas que yo frecuentaba. El nivel de mis amistades se elevó sensiblemente, quedaron solo aquellas más verdaderas con las cuales mantengo todavía relaciones. En los meses siguientes la tendencia a sufrir robos tuvo un cambio determinante: por tres veces sorprendí al mismo ladrón mientras intentaba salir de mi casa con los brazos cargados de todo lo que había podido agarrar.
Estaba recibiendo grandes beneficios: a pesar de esto la calidad de mi vida cambiaba lentamente. En efecto, aun practicando todos los días, no lograba hacer actividades. Me parecía que nuestra organización era inútil y estorbante. Por eso mi práctica se hacía pesada y fatigosa. Se manifestaron algunas de mis tendencias negativas como la presunción, el egoísmo, la inseguridad y continuaba sin entender el profundo significado de Kosen Rufu.

En 1983 participé en el primer curso europeo en Trets como biakuren. Y allí fue el gran encuentro con el Presidente Ikeda. El último dia estábamos comenzando un gran almuerzo al aire libre y cientos de personas iban y venían entre las mesas llenas de frutas procedentes de todo el mundo, cuando el propio Presidente Ikeda parecía llamarme con amplios gestos y una gran sonrisa. Me acerqué con temor. Sí, me estaba llamando a mí. Me ofreció un paquetico diciendo que era el objeto más bello que había traído de Japón y que lo había traído para mí. Sonriendo me animó para que me sentara en la mesa frente a él. A lo largo del almuerzo me sonrió a menudo. Estaba sumergida en un halo de energía positiva y de felicidad. No entendía. ¿Porqué a mi entre tanta gente? Sólo después de muchos meses sentiré con profundidad el efecto de este encuentro y de la atmósfera de cálida humanidad que me transmitió.

Al regreso de Trets leí varias veces esta frase: «Lograr la Budeidad no es para nada más fácil que para los hombres de bajo rango acceder a los círculos de la Corte o para una carpa subir la Puerta del Dragón» (del Gosho La Puerta del Dragón). A los pocos días de mi regreso repentinamente mi padre murió. Yo caí en un terrible estado de postración. El sufrimiento me llevó a una grave inapetencia y poco a poco mi cuerpo empezó a debilitarse. Con fatiga continué entonando todos los días pero me aislé totalmente de los otros miembros. Cada vez que hacía Gonguio pedía llorando la fuerza y el coraje de seguir viviendo y practicando. Mi mamá y yo gozábamos de gran protección, estábamos rodeadas de personas que nos brindaban mucha ayuda y afecto.

Con la muerte de mi papá, faltó el único soporte económico de mi familia. Por lo tanto era absolutamente necesario que yo me graduara lo antes posible para poder trabajar, pero me faltaba todavía un año para terminar la tesis. Otra vez más experimenté la protección del Gojonzon porque algunos de mis compañeros de la universidad trabajaban conmigo hasta altas horas de la noche. A veces hacía Gonguio a las tres de la madrugada trastornada por el cansancio pero decidida a no rendirme. Hasta que llegó el día en que tuve que defender mi tesis con coraje, pero con dolor en mi corazón y me gradué con altas notas. Capté cuánto el Gojonzon me sostuvo en esa prueba y decidí así proyectar y construir yo misma un nuevo butsudan para el Gojonzon. El esfuerzo empleado para realizarlo hizo surtir efectos inmediatos: recibí propuestas de trabajo interesantes, ante el asombro de mis compañeros que se habían graduado antes que yo y que todavía estaban desempleados.

Sin embargo mi salud seguía empeorando. Continuaba practicando pero me encerraba siempre más en mí misma. No iba a las reuniones de dialogo, hablaba poco con los miembros y mi contrariedad hacia los responsables y las responsabilidades continuaba inexorablemente. Y así hasta Marzo del '84 cuando participé en la primera reunión de jóvenes en Italia. Había llegado ya al final de mis fuerzas. Los otros estaban llenos de vitalidad; quizás cada uno tenía sus problemas, pero en sus rostros no se veían. Mientras que en mí se podía leer todo mi sufrimiento. Una vez me habían dicho: «No existe un Buda infeliz, un Buda desafortunado, un Buda enfermo».

Decidí que al regreso a mi casa debía transformar mi sufrimiento. ¡Ya! Había llegado la hora de dar un salto cualitativo. Me hice examinar por un especialista: estaba enferma de una grave forma de tuberculosis y los exámenes de sangre arrojaron muchos valores alterados. Fui internada de emergencia. Ahora deseaba verdaderamente y con todas mis fuerzas sanarme. Pensaba en esta frase del Gosho: «NamMiojoRengueKio es como el rugido de un león; ¿Qué enfermedad puede ser un obstáculo?» del Gosho Respuesta a Kyo'o. Las terapias eran fortísimas y me obligaban a permanecer en cama. Empleaba una hora para hacer el Gonguio con un hilo de voz. Después de solo dieciocho días aparecieron los primeros resultados. Los médicos estaban sorprendidos: los exámenes de sangre estaban perfectos. La enfermedad había sido derrotada en muy poco tiempo, ahora había que restablecer el cuerpo debilitado. Hacían falta otros meses de hospital y dos años de convalescencia entre el mar y la montaña. El salto cualitativo interior que había pedido tuvo lugar. Deseaba profundamente ser una persona feliz y ayudar a los demás a serlo también. Decidí que habría transcurrido aquel período de tiempo practicando y profundizando la filosofía Budista para prepararme bien para hacer actividades con los demás miembros. Para mí ahora la organización tenía otro aspecto: personas que han experimentado la eficacia de NamMiojoRengueKio y la quieren transmitir a los demás.

Al regreso a Roma me designaron responsable de un grupo. Abrí la casa para reuniones. ¡Que felicidad me producía todo esto! Estaba descubriendo la profunda belleza de la vida. Me llovieron los beneficios. El Seguro Social me otorgó finalmente, después de dos años de Daimoku y de lucha, una indemnización de varios millones por la enfermedad que había tenido, aunque empleados y funcionarios me habían repetido durante meses que nunca lograría eso por causa de la burocrácia. Al culminar mi convalescencia me ofrecieron un trabajo en la universidad como colaboradora de un grupo de investigación en el campo de la geofísica. ¡Eso era mi sueño! Ahora, no sólo sané de aquella enfermedad sino que mi físico, antes frágil y con tendencia a perturbaciones en el aparato respiratorio, está fuerte y sano.
En 1988 participé en un curso en Trets donde se estudió el Gosho La Herencia de la ley Fundamental de la Vida y de la Muerte. Otro gran salto cualitativo en mi vida interior. Descubrí que todavía estoy sufriendo por la muerte de mi padre. Entiendo profundamente que en estos años he vivido con el remordimiento de no haber hecho nada por él. Pero lo más grande es que descubrí que ahora puedo hacer mucho más. Puedo llegar a él a través de mi vida: su tranquilidad se logra a través de mi Iluminación. Entiendo el profundo significado de la quinta oración. Capté profundamente mi encuentro con Daisaku Ikeda que tuvo lugar justo allí, en Trets, justo antes de la muerte de mi padre y sólo entonces percibí el efecto: un padre maestro de vida, podía tomar el puesto de un padre que había faltado dramáticamente. Este era otro paso hacia la plena conciencia del valor y de la profundidad del Budismo. Y no fué casualidad que a mi regreso de Trets resolví un problema relacionado con la muerte de mi padre.

De vez en cuando me pasaba algo raro: de repente empezaba a sentirme mal, me sentía desmayar, sentía nauseas, sudor frío, no podía razonar. Para mí era la muerte. Eran crisis de origen psicológico y se estaban haciendo cada vez más frecuentes. Una noche me pasó mientras estaba sóla en mi casa. Por primera vez no podía recurrir a la ayuda de nadie. Entré en pánico. Intenté hacer algunas llamadas por teléfono para pedir ayuda, pero nada. Por fin me recordé del Gojonzon. Me arrastré de rodillas hacia el Gojonzon. Lo abrí. Me coloqué en posición correcta, sentada sobre los talones, la colúmna derecha, las manos juntas en un esfuerzo sobrehumano. Empecé a recitar. «¡Ya!, pensé, esta historia tiene que terminar. Ahora yo, de aquí adelante, quiero sanarme para siempre». Cinco minutos, diez minutos, una eternidad. Estaba peor, pero no me rendía. Quince minutos, empecé a sentirme mejor, veinte minutos y todo el mal parecía haber desaparecido como por arte de magia. Desde entonces nunca tuve otra "crisis". ¡Pero cuanto Daimoku por detrás de aquellos veinte minutos! A veces arrastramos algunos problemas por años sólo porque no tenemos el coraje de enfrentarlos directamente con la fuerza de un león al ataque. En esos momentos, lo que no obtuve en tanto tiempo se obtuvo en un instante.

En Julio del '91 vuelve a presentarse el karma de la enfermedad en mi familia. Mi mamá que nunca tuvo problemas de salud, repentinamente se sintió mal y fue internada de emergencia en el hospital. El diagnóstico fue nefasto. Cáncer en el páncreas, no daban esperanza, podía vivir al máximo un año. Ví las fotos obtenidas por vía endoscópica que mostraban una masa informe entre el páncreas y el duodeno. Tomada por la desesperación fui a Roma, tomé el Gojonzon y lo llevé adonde vivía mi mamá y comencé a entonar Daimoku cuatro horas al día. Ella, que no sospechaba nada y que nunca quiso pronunciar NamMiojoRengueKio, me confesó que en el hospital estaba entonando una hora diaria, así, sin que yo le hubiera dicho nada.

Empezó un período frenético de investigaciones, análisis, controles de todo tipo a ritmo ultrarápido y sin interrupciones. El medio ambiente a nuestro alrededor nos protegía. Ella, aún en los primeros pasos de práctica, soportó todas las pruebas con gran paciencia y coraje mereciéndose las felicitaciones de los médicos. Estaba rodeada de mucho afecto y su cuarto estaba siempre alegre y adornado de flores. Después de tanto buscar los médicos decidieron operarla, pero se trataba de una operación dificilísima. Era la última posibilidad. Me informé sobre el mejor cirujano existente, pero ella, fuerte con su Daimoku, decidió no cambiar hospital. Luego se revelará que su elección fue correcta.
Yo entonaba horas y horas delante del Gojonzon, pero algo me impedía salir de una turba de pensamientos: «Mi mamá morirá, enfrentaré sus últimos meses con coraje, renunciaré a Roma, a todos, para estar cerca de ella». Externamente estaba fuerte y segura de mi lucha diaria pero adentro algo profundamente arraigado me bloqueaba. Deseaba leer muchos Gosho pero el único que tenía a disposición era La dificultad de mantener la fe. ¡Mantener la fe! Faltaban pocos días para la operación, tenía mucho miedo y sentía la necesidad de hablar con alguien. Llamé a un encargado. Las palabras que usó para darme coraje no fueron muchas, una sola: ICHINEN. Conozco el significado literal de este término, o sea la fuerza y la determinación contenidas en un sólo instante, pero profundamente no lo entendía. Entoné Daimoku. Todavía no entendía. Entoné más. Algo empezó a romperse adentro y algo empezó a abrirse. Una orientación del Presidente Ikeda que había leído en aquellos días decía: «Antes de teorizar, entonen, la teoría existe en función de la práctica, a través de la práctica de Ichinen Sanzen podrán abrir nuevas e inmensas realidades». Aquella palabra, Ichinen, había llegado adentro de mí y había dado en el blanco. ¡Pero cuanta preparación había sido necesaria! ¡Cuanto Daimoku! Yo seguí entonando. La horrible realidad que me oprimía no existía más. En frente del Gojonzon existían solo el Gojonzon y yo en un lazo fortísimo y el Daimoku no salía de mi boca sino de todo mi ser con una potencia indescriptible, nunca probada antes, era el rugido de un león al ataque. Nadie podía parar mi fuerza. Sentí que estaban en juego mi vida, mi karma, la vida de mi madre, la de mi padre, las enfermedades, el trabajo, los sentimientos y todos mis errores. Pedí disculpas. Clamé la ayuda de todas las fuerzas positivas dentro y fuera de mí, me recordé del Presidente Ikeda. Sentí que estaba tocando aquel sufrimiento interior que llevamos adentro toda la vida y que está muy en el fondo y no sabemos porqué. Yo lo llamo sufrimiento innato. Sentí: «Abriré nuevas y vastas realidades, para mi, para mi familia, para todos. Mi vida es igual al universo».

Llegó el día de la operación. Mi madre estaba serena, la saludé mientras entró al quirófano: «Chao mami, ¡Verás que lo lograremos!». Esperé y conmigo esperó mucha gente, amigos y familiares. Siempre mucha protección. Una hora, dos horas, cinco horas, diez horas. Ya no aguantaba más, pero de vez en cuando tenía explosiones de alegría que frenaba con dificultad por el miedo a que los demás me consideraran loca. Por fin se abrió la puerta. El cirujano salió con una cara rarísima y caminó hacia mí: «Mire yo no sé que decirle, la hemos abierto y no hemos encontrado nada. ¡Hemos hecho cinco biopsias y han resultado todas negativas!» ¡Habíamos ganado! Mi madre, yo y todos aquellos que habían creído en la vida y no en la muerte, y sobretodo aquella persona que me telefoneaba todos los dias de Roma con una gran fuerza y un gran optimismo: «Verás, tu mamá lo logrará y tu contarás esta experiencia en el curso de verano». Y así fue. Agradezco haberme transmitido ese coraje y por haber sentido una vez más cuan fuerte es el lazo con los demás y cuánto lo necesitamos todos. Hoy en dia mi mamá está bien y sigue practicando el Budismo.

¿Para que sirvió esta experiencia? «Para no rendirse», nunca, para no ceder frente al peligro, para descubrir lo que significa Ichinen. Pero ¿Esa palabra habría llegado así directamente a mí si no hubiera entonado tanto Daimoku? ¡Creo que no! Aplicaré esta fuerza a todo lo que todavía tengo que cambiar en mi vida y a todo lo que tengo que mejorar, para mí y para aquellos que todavía tienen que experimentar el poder de NamMiojoRengueKio. Estoy construyendo una felicidad interior indestructible y nada ni nadie podrá nunca detener este camino, ni siquiera yo misma. Siento que la Iluminación se conquista un pedacito cada día. Como dice el residente Ikeda: «¡Abran nuevas y vastas realidades!».