30.1.05

Nunca ceder

Experiencia de Jun Ortiz, Filipinas y Japón
Tomada de SGI Website

Jun Ortiz nació en las Filipinas, en 1950. Como músico, comenzó a viajar al Japón para trabajar a finales de los setentas. En 1979, conoció a Yoshiko, con quien se casó en 1981.
Jun encontró el Budismo de Nichiren a través de un japonés que se sentó junto a él en el avión durante un viaje de regreso a las Filipinas. Visitando a este hombre, un amigo residente de Manila, Jun leyó muchos libros acerca del Budismo y de la filosofía de la Soka Gakkai. Lo que más particularmente le impactó fue la idea de la causalidad –el principio budista que dice que nosotros creamos las causas y somos fundamentalmente responsables de los efectos que experimentamos en nuestras vidas. Se sintió igualmente atraído por la idea de que la vida es eterna y que el drama de nuestra vida se representa a lo largo de una continuidad que trasciende la existencia actual.
Retornando al Japón, le pidió a Yoshiko que lo llevara a un centro de la Soka Gakkai en Tokio, del que le habían hablado en las Filipinas. La impresión de Yoshiko respecto a la Soka Gakkai, no era positiva. Ella quedó sorprendida por la solicitud y vaciló para cumplirla. Pero él insistió diciéndole que era importante por lo menos conocer la naturaleza de la práctica y de la organización antes de hacer cualquier juicio. Si no les gustaba, razonó él, siempre podían marcharse. En 1980, Jun y Yoshiko ingresaron a la Soka Gakkai y comenzaron a practicar el Budismo.

Oposición
Los padres de Yoshiko se opusieron a la idea de que se casara con un filipino y no veían favorablemente la fe budista de la joven pareja. Su primera meta fue, por lo tanto, convencer a los padres de ella para que aceptaran tanto su matrimonio como su práctica.
Al mismo tiempo, Jun estaba luchando para ajustarse a la vida en el Japón. Se encontraba batallando contra formas de discriminación sutiles y no sutiles y para encontrar un trabajo estable. El significado de la advertencia de los padres de Yoshiko de que el amor solo no ponía la comida en la mesa, se hacía cada vez más aparente. La pareja utilizaba su práctica budista para encontrar fuerza interior para enfrentar estos desafíos y, después de un año, pudieron convencer a los padres de Yoshiko para que aceptaran a Jun. Ellos se casaron en 1981 y pronto tuvieron tres hijas.
Yoshiko encontró trabajo como contadora, y Jun enseñaba inglés desde su casa. Él fue presentado a una agencia de talentos y pronto estaba actuando en la televisión y películas japonesas.

Alentar a la gente estaba en la naturaleza de Jun, y se convirtió en el pilar de la comunidad filipina en la región occidental de Tokio. Si se encontraba a un amigo filipino mientras estaba de compras, se presentaba y le daba el número de teléfono de su casa. La casa de los Ortiz se convirtió en un lugar de reunión para los expatriados filipinos. En la Soka Gakkai, él encontró un lugar donde era aceptado como persona, donde la distinción entre japoneses y no japoneses ya no era importante.
En 1995, Jun comenzó a experimentar mareos y períodos de desmayos. Le prestó poca atención a esto, pero se caía en el trabajo, y llegaba a casa con diversas heridas. Finalmente, se cayó de las escaleras de su casa. Y en un examen médico realizado a profundidad, finalmente resultó en el diagnóstico de una enfermedad neurológica degenerativa. De origen desconocido y considerada intratable, esta enfermedad conduce a la pérdida progresiva del control motor, el envejecimiento prematuro y la muerte. Informado de que terminaría perdiendo la capacidad para caminar y que estaría confinado a una cama, Jun y su familia utilizaron su práctica budista para confrontar sus temores y ansiedades.
Él continuó asistiendo a las reuniones budistas, sosteniéndose de los pasamanos para sortear las escaleras. Muy pronto, sin embargo, cualquier escalera se convirtió en una imposibilidad, y ya no pudo ir a trabajar. Comenzó a permanecer en casa, donde su capacidad para moverse se hacía cada vez más limitada. Incluso los movimientos en la casa eran un asunto de arrastrarse de un lugar a otro.
Con poco apetito, continuó perdiendo peso y comenzó a quejarse de un dolor en la parte baja de su espalda. Cuando las repetidas terapias de masajes dejaron de causarle alivio alguno, fue llevado a un centro médico donde se le diagnosticó otra enfermedad, que no tenía relación alguna con la anterior: Una infección tubercular que estaba consumiendo su espina dorsal. La infección fue tratada exitosamente y en realidad le brindó a Jun una oportunidad para encontrar un lugar con la clase de instalaciones que necesitaba para un cuidado de tiempo completo. Como un hombre en la edad de pre-jubilación y con una enfermedad progresiva, Jun estaba en una posición mal definida dentro del sistema de salud. La única instalación privada que deseaba aceptarlo tenía una lista de espera de un año.

Desafíos en la comunicación
Al momento de su hospitalización, todavía podía hacerse entender verbalmente. Con la pérdida progresiva del control motor, sin embargo, muy pronto esto se hizo imposible. Su familia compró un tablero con el alfabeto que servía como un medio de comunicación e incluso el temblor de sus manos se hizo tan violento que era imposible determinar la letra que estaba señalando. Desde ese momento, la comunicación se hizo unilateral, hasta el grado que su familia haría preguntas a las que él pestañeaba para indicar que era un sí.
A pesar de la progresiva pérdida de capacidad física, el espíritu de hospitalidad de Jun nunca disminuyó. Siempre le daba la bienvenida a los visitantes con una amplia sonrisa, y utilizaba sus ojos grandes y sumamente expresivos para comunicar aquellas cosas que ya no podía decir con palabras. Él utilizaba sus ojos para indicar que les sirvieran té u otros refrescos a sus invitados, incluyendo hasta su bebida nutriente especial. Había, a pesar de la pérdida de capacidad verbal, un claro sentido de comunicación, de emociones importantes que se compartían e intercambiaban.
Él había alentado a muchos miembros de la SGI, incluyendo a quienes habían luchado contra el cáncer, y fue este aliento lo que retornó a él en su momento de necesidad. Como lo relata Yoshiko, “Cuando se desalentaba, yo le aseguraba que todavía tenía una misión que cumplir. Creo que el hecho de que no cediera a pesar de su condición fue un gran aliento para muchas personas. Él mantuvo su convicción hasta el final y de esta manera cumplió su misión”.
Mientras pudo escribir, llevó un diario en inglés como su mensaje para su familia. Como aliento para sus hijas, él escribió: “Si quieren saber cómo será el mañana, piensen acerca de lo que están haciendo hoy”.

Tiempo familiar
En el verano de 2002, Jun expresó un firme deseo de pasar algún tiempo en casa con su familia. Después de una detallada discusión con los doctores, se hicieron los arreglos para que pasara el mes de agosto en su casa. Yoshiko y sus tres hijas acomodaron sus tiempos libres respectivos en la escuela y el trabajo para asegurar que una de ellas siempre estuviese en casa con Jun. A pesar de las dificultades, esto probó ser una valiosa oportunidad para que se reuniera la familia en un marco hogareño. Él también utilizaba sus ojos para alentar a los miembros de su familia en la invocación budista, cuyo sonido lo reconfortaba notablemente.
Después de su retorno al hospital, los miembros de la familia se turnaban para cuidarlo, sin dejar de reunirse nunca para los cumpleaños y aniversarios.

Jun, Yoshiko y sus tres hijas en el hospital. Finalmente, la parálisis comenzó a afectar su capacidad para tragar la comida. Sus doctores recomendaron que le insertaran un tubo alimentador directamente a su estómago, pero Jun se rehusó firmemente. Ya antes él había indicado que no quería que se tomaran medidas que sólo le aseguraran sólo la continuidad de su existencia física. Este fue un punto que él había establecido por sí mismo, y Yoshiko estuvo de acuerdo. El impacto perjudicial de pasar por alto su voluntad expresa no podía balancear ningún beneficio posible en los términos de la extensión de su vida.
Desde ese punto, pasó por una declinación rápida, y el 11 de mayo de 2003, Jun Ortiz falleció pacíficamente, rodeado de su esposa e hijas.
“Recientemente,” dice Yoshiko, “nuestras hijas me dijeron, ‘Somos muy felices por tener padres como tú y papá’. Me conmovió mucho y estoy seguro de que Jun también lo habría estado. Eso es lo que él le dejó a nuestras hijas, el recuerdo de su amabilidad y sentido de orgullo en su ejemplo de alguien que se preocupaba profundamente por los demás. Después de la muerte de Jun encontré su diario. En él había escrito, ‘Muchas gracias por cuidarme. Espero que disfruten de los años que les quedan de vida’”.