23.1.05

La relación sentimental de mis sueños

Experiencia de Robyn Thaw
Experiencia extraída del “World Tribune”, publicación de la SGI-USA, del 3 de abril de 1998.
Tomado del Seikyo Criollo Junio 1998


Después de 22 maravillosos años de práctica budista, Robyn Thaw logró exactamente lo que estaba retada a lograr, la relación sentimental de sus sueños. Ella puede ahora atestiguar
que en el Budismo no hay esfuerzo perdido, y que vale la pena esperar el verdadero amor.

He esperado mucho tiempo para tener esta experiencia y la emoción que siento de poder compartirla, finalmente, es enorme. Lo que voy a contar se refiere a ese pedazo de roca kármica que nunca parece moverse a lo largo de los años. Para mí, esta roca era la de las relaciones sentimentales y, en particular, la de encontrar y casarme con la persona correcta para mi vida; esa, a la que muchos llaman “el alma gemela”. En cada Gonguio de año nuevo yo me determinaba a cambiar esto y para entonces, al final de cada año, el 31 de diciembre, me veía de nuevo entonando Daimoku, sola, frente a mi Gojonzon, dispuesta a retomar mi determinación. Esta situación se repitió durante 20 años. Mi práctica budista se mantuvo fuerte a lo largo de los años. Como resultado, cambié mi vida. También llegué a un punto en el que dejé de sufrir por encontrar la persona con quien compartir mi vida. Me di cuenta que ya la estaba compartiendo con muchísima gente que realmente me importaba y aunque pensaba que para ese momento ya yo debía haber estado casada y con hijos, no podía quejarme. Estaba feliz y, a pesar de los ataques de soledad, tenía una vida maravillosa que incluía una atractiva y satisfactoria carrera que hace tres años me trajo de Boston a San Francisco.

Decidí que realmente yo ya no necesitaba orar sobre ese asunto. Sabía que, mientras me mantuviera entonando Daimoku y practicando por el bien de los demás, esta área de mi vida se iba a resolver cuando llegara el momento adecuado. El Gojonzon no está fuera de mi vida, esto me llevó a sentir que no tenía que cantar específicamente por algo en particular para que el Gojonzon conociera mi deseo. Hablé con la Sra. Clark, responsable de la División de Damas de la SGI de los Estados Unidos cuando visitó mi zona. Al final de nuestra conversación se me ocurrió contarle sobre mi nueva manera de pensar. Se mostró un poco sorprendida. Me preguntó si todavía quería casarme. Le dije que sí. Ella entonces me preguntó que cómo era posible que no estuviera orando por eso. Me explicó que, a veces, está muy bien que no oremos por todo lo que queremos, pues en la medida que nos devocionamos a la felicidad de los demás, nuestra vida se inunda de
beneficios. Me explicó que si tenemos un área débil en la vida que evitamos enfrentar, se nos abre una brecha que, con el tiempo, se llena de dudas y se hace cada vez más profunda. Me dijo que, si esto era algo que yo realmente deseaba, era muy importante que mantuviera el reto hasta hacerlo realidad. Así lo hice. Un maravilloso beneficio siguió.

Fui al Japón y estuve con el presidente Ikeda el 3 de mayo de 1997, en la reunión conmemorativa llevada a cabo en el Salón Makiguchi. En esa oportunidad el presidente Ikeda habló sobre lo que significa sostener una fuerte determinación para triunfar. Dijo que, con frecuencia, nuestra determinación es muy superficial, mientras que la verdadera determinación se mantiene día tras día, año tras año, sin fallar, suceda lo que suceda, tome el tiempo que tome. Comprendí que limitarse a sólo mantener la expectativa de que nuestros sueños se conviertan en realidad, sin la determinación de mantener esos sueños, es una visión superficial de nuestra práctica budista y que una visión así nos puede conducir a dudas e infelicidad. Durante muchos años esperé pasivamente que ciertas áreas problemáticas de mi vida cambiaran gracias a mi fuerte práctica, en lugar de usar mi práctica para atacar esas áreas. Había confundido expectativa con determinación. A pesar de que ambos son importantes, llegué a comprender claramente la diferencia. Me sentí emocionada, tremendamente agradecida y llena de esperanza. Cuando llegué a casa, estaba verdaderamente decidida a atacar muchas áreas de mi vida, incluyendo la de encontrar a la persona correcta con la cual compartir mi vida. Mi oración era simple: encontrar a alguien que me amara y me valorara, y que amara y valorara a la SGI. Sentía que ya tenía el resultado cada vez que oraba al Gojonzon. Cada vez que contaba una experiencia o que hablaba con otros les decía que yo sabía que iba a conocer esta persona muy pronto. No tenía dudas sobre ello.

Dos semanas después conocí a Alan. Ocho meses después Alan me pidió que me casara con él. Acabo de cumplir cuarenta y siete años y este será mi primer matrimonio. ¡Muy por encima de lo que dicen las estadísticas sobre las oportunidades que tiene una mujer para casarse cuando ha sobrepasado los 35 años! Debería mencionar lo maravilloso que es Alan como persona. Tenemos una relación increíble, mejor de lo que me hubiera atrevido a imaginar con cualquier persona. Hay amor, respeto, pasión, alegría, y profunda amistad. Él no practica pero me apoya de todas las formas posibles, hasta en la lectura y en las profundas conversaciones que sostenemos sobre el budismo. Somos “almas gemelas”. Algunas personas, cuando nos ven juntos, nos comentan que una relación como la nuestras es la que quisieran tener.

Alan es la persona con la que soñé toda mi vida. Realmente agradezco haber tenido la tremenda fortuna de esperar. Aun cuando eso no era lo que sentía a lo largo de los años. Nos conocimos en el momento absolutamente preciso para ambos. Estoy segura de que, según mis tendencias, si me hubiera casado hace muchos años como yo deseaba, no hubiera podido desarrollar la fuerte práctica y profunda convicción que tengo ahora en la fe. Mi captación de lo que soy y de dónde está mi felicidad, habría permanecido superficial. De esto estoy segura.

Un vicepresidente de la SGI de los Estados Unidos me contó una vez su hermosa experiencia sobre cómo conoció y se casó con su esposa. Me dijo que en su juventud había tomado la decisión de casarse y que desde entonces había comenzado a orar para encontrar la persona correcta para su vida, que entonara Daimoku y practicara con fuerza dentro de la organización, pero que los años pasaban y no aparecía la esposa. Cuando finalmente la conoció, supo que esa era la persona, sintió una profunda conexión con ella. La parte de su historia que más me conmovió fue que para el momento en que él había tomado la determinación de casarse, su futura esposa tenía sólo ¡catorce años! Obviamente, el tiempo no era el correcto y no se conocieron por muchos años, hasta que ella alcanzó la edad adecuada y estaba lista para casarse. Su espera me recuerda lo que el presidente Ikeda dice en el Volumen 1 de sus Disertaciones sobre el Sutra del Loto: “Puede haber momentos en los que pensemos ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’ Sin embargo, no debemos permitirnos ser desviados cada vez que surge algún fenómeno; porque desde ya es seguro que seremos felices al final.

Deberíamos tomar como un entrenamiento todo lo que nos ocurre en nuestra práctica, para alcanzar el destino de nuestra felicidad. Si lo hacemos, más adelante veremos el profundo ‘significado’ e ‘intención’ subyacente a cada uno de estos fenómenos”. Mi experiencia de que mi oración haya sido respondida, no es el resultado de una cosa en particular. No se debió a que yo, de repente, recibiera la orientación correcta, o a que encontrara el área débil de mi vida que debía cambiar. No tiene que ver, simplemente, con que yo haya profundizado en cómo cuidar de los demás, o que haya cambiado un aspecto de mi práctica, o que me haya determinado por primera vez. Es una combinación y una acumulación de todo.

Con toda claridad, pude traspasar la barrera porque nunca me di por vencida. Esto no fue fácil en los momentos en que fueron surgiendo las dudas, año tras año. El presidente Ikeda escribe: “El Daishonin dice: ‘si no albergamos dudas en nuestros corazones, con seguridad alcanzaremos el Estado de Buda’. Quienes evitan sucumbir ante las dudas, suceda lo que suceda, son ganadores en la fe. Son las personas que verdaderamente comprenden la intención del Daishonin”. Cambié mi situación gracias a que año tras año, por muy fuerte que fuera la duda o el obstáculo que estuviera enfrentando e independientemente de lo que estuviera sintiendo en un momento determinado, siempre regresaba al Gojonzon y daba el máximo de mí por el bien de los demás dentro de la SGI, sin detenerme. Aun cuando había momentos en que hacía las actividades budistas por mi propio beneficio o desde mi propio ego, no importaba. Siempre trataba de estar cerca del corazón del presidente Ikeda, de trabajar mis propias debilidades , y de devocionar mi vida por apoyar la práctica de mis amigos de la SGI. Por eso gané. Qué increíble fortuna podemos acumular viviendo este tipo de vida, día tras día, año tras año. Aunque es maravilloso lo que siento al estar comprometida en matrimonio con alguien a quien amo tanto, tengo que decir que el verdadero beneficio no tiene en realidad nada que ver con haber encontrado a esta persona. El centro de mi alegría es saber con cada célula de mi vida que lo que el Gojonzon encierra es verdadero y que nuestra práctica por los demás realmente trae beneficios a nuestras propias vidas. Quiero agradecer al presidente Ikeda y a tantos amigos y dirigentes de la SGI en todo el país, que han estado conmigo y me han animado a través de los años. Ustedes son mis “tesoros del corazón”.

Hay una última cosa que quisiera decir. Cuando estuve en el Japón en 1990, recibí orientación de la Sra. Hachiya, Asistente a la Responsable de la División de Damas de la SGI, sobre cómo traspasar la barrera que nos impide encontrar a la persona correcta. Ella me dijo que mi reto no era encontrar un esposo sino desarrollar un corazón cálido y abierto y que, así, yo atraería a mi vida a la persona correcta. Una noche, Alan me sentó frente a él y me dijo “tú tienes el corazón más hermoso que yo jamás haya conocido. ¿Quieres casarte conmigo?”. Imagínense lo que le contesté.