10.1.05

EXPERIENCIA DE UN JOVEN DE OKINAWA

Tomado de Internet por Ricardo Del Río. Revisada por: Celia Prades

Mi familia estaba compuesta por mis padres, mi hermano menor y yo. Mi papá poseía una empresa constructora pequeña, pero rentable. Yo vivía en una casa bella con un terreno grande que era la admiración del pueblo. En general, tenía una vida muy cómoda. Pero era minusválido de nacimiento, estaba paralizado desde el cuello. La única parte del cuerpo que podía mover eran mis brazos, dependía de otros para mis necesidades básicas, no podía comer o usar el baño por mí mismo.
Cuando cumplí 10 años mi padre murió repentinamente, dejando a mi familia en la oscuridad. Mi madre se encargó de la compañía aunque no sabía nada del negocio. Tenía empleados por quienes preocuparse y dos niños que cuidar. No pudo lamentarse por mucho tiempo, la realidad era dura. No conocía nada sobre construcción o arquitectura y pronto tuvo que enfrentar serias dificultades. Comenzó a pedir dinero a los prestamistas para mantener el negocio solvente, hasta el momento en que no pudo tomar más dinero prestado y finalmente el negocio quebró. Quedó con una gran cantidad de deudas y no tenía perspectivas de pago. ¿Qué podía hacer ella sola?, podía amortizar la deuda poco a poco, pero no podía cancelar los altos intereses acumulados por los prestamistas. Estos reclamaban su dinero de manera muy sucia. Los mafiosos Yakuza se la pasaban todo el día desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche para crear conmoción alrededor de mi casa. Colocaban avisos en áreas notorias donde decía “devuélvanos nuestro dinero” “Ladrona”. Esto fue sólo el comienzo. En otra oportunidad soltaron varios perros doberman en nuestro jardín, en otros lanzaron pollos decapitados en nuestra casa. Esta clase de presión continuó. Mi hermano cuando se trasladaba a la escuela recibía agresiones severas, la gente le tiraba piedras y fue herido física y emocionalmente todos los días.
Un día mi madre no pudo soportarlo más, tomó a mi hermano y se fue, me abandonó. Me di cuenta que mi madre me había abandonado tres días después, yo estaba en cama, pero me esforcé y me arrastré hasta nuestro jardín. Solamente había grama creciendo allí pero comencé a comerla para sobrevivir. Mientras yacía en el jardín, comiendo grama solamente, el resentimiento y la ira contra el abandono de mi madre me fue invadiendo y parecía fuego. ¿Para qué vivir?, ¿qué esperanza tenía?, ¿qué se suponía debía hacer con mi cuerpo incapacitado?
Cinco días más tarde mi tía pasó a visitarme. Me encontró comiendo grama en el jardín. Me llevó a su casa y me adoptó. Desde entonces me dediqué a sobreponerme a mi impedimento a través de rehabilitación. Para poder asistir a la escuela tuve que someterme a una fuerte rehabilitación y entrenamiento para manejarme en una silla de ruedas. Desde entonces, me esforcé más que nadie. Me convertí en el primero de mi clase y forme parte del equipo de basketball en sillas de ruedas. En un evento deportivo para minusválidos gané el segundo lugar en la carrera de 100 metros. Mi compromiso con la rehabilitación dio sus recompensas y comencé a tener mayor habilidad en mis dedos. Más tarde aprendí caligrafía. Fui reconocido por mis méritos y recibí muchos certificados. Incluso aparecí en un panfleto producido por el gobierno japonés para darlo a conocer a Japón y a su gente. Mas tarde, asistí a una escuela vocacional para aprender dibujo. Después de graduarme, me encontré trabajo en ese campo. Extrañamente, seguí los pasos de mi padre. Todo ese tiempo la única razón para todo este compromiso era que tenía un objetivo, una fuerte determinación en mi mente. Esta era encontrar a mi madre. Quería encontrarla y matarla. Mis resentimientos hacia ella por el hecho de abandonarme eran lo que me conducía.
Tuve dificultades con mis compañeros de trabajo. Tuve amargas experiencias. Desde mi infancia desarrollé una personalidad retorcida. Algunos compañeros se ofrecían para ayudarme con la silla de ruedas, pero yo siempre los espantaba diciéndoles: “No crean que soy tonto” o “no quiero su lastima”. Siempre me comporté de esa manera, por lo que lógicamente me quedé solo. Nunca quise ser tratado de manera diferente. Siempre estuve consciente de mi incapacidad y quería mostrar que podía hacer más cosas que la gente normal.
Un día en el trabajo, repentinamente vomité sangre. Fue casi un galón (4 litros). Fui enviado al hospital. El resultado de los exámenes mostró que tenía cáncer en fase terminal. El médico no podía hacer nada. Me dijo que tratara de disfrutar el tiempo que me quedaba de vida. Entré en shock y desesperación. Me sentí sólo y perdí completamente la voluntad de vivir.
Durante ese tiempo un hombre joven me visitó. Fue mi compañero en la escuela vocacional y también estaba en silla de ruedas. Su familia era pobre y sus padres estaban en cama e incapacitados. El

vivía en una casa muy fea, pero siempre estaba contento y nunca alardeaba de sus grandes esfuerzos. Me habló sobre el Budismo de Nichiren Daishonin y sobre la Soka Gakkai. Me convenció de que podría sobreponerme a la enfermedad y recuperar mi salud nuevamente. Me refirió el Gosho que decía: “Mas valioso que el tesoro de un palacio, son los tesoros del cuerpo y los tesoros del corazón, son los mas valiosos de todos”. Dijo que no obstante su incapacidad y su pobreza, siempre tenía una gran alegría en su corazón. También dijo que cuando practicamos, aún cuando el ambiente fuese inhóspito, podíamos ser felices. Podíamos cambiar el ambiente que nos rodeara. Eso demuestra cuan poderoso es el Gojonzon. Fui tocado por su alegría y misericordia a pesar de su desagradable condición. Finalmente inicié la práctica; varios días después recibí el Gojonzon. Este fue el comienzo de mi batalla real. El fuerte dolor producido por el tumor maligno estaba más allá de la imaginación. El temor a morir me atacaba constantemente, pero yo quería vivir. Dejé todo a un lado y me preparé para enfrentar el reto. Manejé en un carro especial para incapacitados. Coloqué un pequeño altar en el asiento del pasajero y entronicé mi Gojonzon. Estacioné el vehículo próximo a una cancha de tenis pública sólo con agua para beber y comencé a entonar Daimoku de vida o muerte. Continué entonando y entonando y fui capaz de perseverar a pesar del dolor producido por el cáncer. Sin embargo, continuaba vomitando sangre todos los días, bebía agua y continuaba entonando. Durante el día las chicas que venían a jugar tenis pasaban frente a mí y me ridiculizaban. Los niños en su camino a la escuela pasaban a mirarme con curiosidad. Parejas venían a señalarme como si vieran algo desagradable. La policía vino a mí queriendo mover mi vehículo. No hice caso a ninguna de esas cosas y continué entonando. Mi amigo venía a visitarme periódicamente. El no tenía suficiente para comer, pero me traía pan y jugo. Sus acciones me fortalecían para continuar cantando día y noche por casi dos semanas sin dormir. Dos semanas más tarde noté que había parado de sangrar. Era extraño, había estado vomitando enormes cantidades de sangre y ahora había parado por completo. Me provoqué el vómito pero sólo salía bilis. Traté muchas veces con los mismos resultados. Me fui al hospital para examinarme. Los médicos no podían creer que el cáncer diseminado por mi cuerpo había desaparecido. Repitieron las pruebas, pero no pudieron encontrar células cancerigenas, estaba curado. El médico me dijo que, como científico, no podía explicar el hallazgo, más podía ver que yo estaba completamente curado.
¡Había ganado!, me había sobrepuesto a la enfermedad. Y sólo me tomó dos semanas. Yo demostré el grandioso poder del Gojonzon a través de mi experiencia. Me sobrepuse a mi temor a la muerte y a sentir que no tenía ayuda. No temía a nada. Supe que, pasara lo que pasara podía sobreponerme. Pude haber muerto pero el Budismo salvó mi vida. Me fijé la determinación de dedicarme al Budismo. Hice mi mejor esfuerzo en el trabajo y en las actividades con este fin.
Cuando regresé al trabajo, mis compañeros se sorprendieron. Estaban admirados de que me hubiese sobrepuesto al cáncer, pero más que eso, estaban sorprendidos de los cambios operados en mi personalidad, me convertí en una persona pendiente de los demás y misericordiosa. Fui una persona desagradable debido a mis amargas experiencias de la niñez, pero era como si hubiese renacido. Traté de ayudar lo más posible a la gente en mi trabajo y les hable a muchos más acerca del Budismo. Las personas a mi alrededor pensaban que si yo podía haber cambiado tanto, debía haber algo grande es esta práctica. Como resultado, siete personas comenzaron a practicar. Continué practicando sinceramente y retándome a mi mismo.
Diez años más tarde, algo extraordinario sucedió, encontré a la madre que me había abandonado. No necesito decirles que ella estaba muy incomoda, pero yo le dije gentilmente: “Gracias por darme este cuerpo incapacitado, gracias por abandonarme, porque sin eso no hubiese podido ser lo que soy hoy día. Ahora soy un miembro de la Soka Gakkai y puedo entender más que nadie el sentimiento de personas que sufren porque yo lo viví en carne propia con un cuerpo incapacitado. Yo realmente siento que esta es mi revolución humana, mi fe en el Gojonzon me ha capacitado para cambiar mi entorno; el Gojonzon tiene el poder de cambiar todas las situaciones negativas y los sufrimientos en una manantial de esperanza y coraje”. Habiendo escuchado esto de un hijo que fue abandonado, mi madre lloró y comenzó a practicar.
A pesar de todas las dificultades, fui capaz de conocer el Gojonzon, ahora me doy cuenta de que todo el sufrimiento que experimenté, el cáncer terminal, la incapacidad desde el nacimiento, y el abandono de mi madre fue la fortuna que me condujo a encontrarme con el Budismo.